Por la ventana de tu alma te asomas
con una burla en la mirada,
y me dices susurrando que me acerque despacito.
Trago lo que no tengo
sólo por sentir ese aliento que me abrasa.
Pero no llego.
Y los pies se vuelven plomo,
y mi corazón cabalga dolorido
en un pecho infinitamente pequeño.
Y estos dedos torpes que jamás rozan tus yemas.
Temo mirar por si te has ido…
Y ahí sigues acodada y en silencio,
con tu eterna invitación pendiente.
Cada vez más hermosa y deseable.
Hasta que apagas la luz de tus ojos,
y en tu oscuridad bendita
eres tú la que me das un beso.